El hombre puede vivir y satisfacer sus deseos sólo con trabajo incesante; con la aplicación incesante de sus facultades a los recursos naturales. Este proceso es el origen de la propiedad. Pero también es cierto que un hombre puede vivir y satisfacer sus deseos apoderándose y consumiendo los productos de la labor de otros. Este proceso es el origen del saqueo. Ahora, como el hombre tiene inclinación natural a eludir el dolor--y como el trabajo en sí mismo es dolor--se deduce que los hombres recurrirán al saqueo cuandoquiera que el saqueo sea más fácil que el trabajo. La historia demuestra ésto bién claramente. Y bajo estas condiciones, ni la religión ni la moralidad lo pueden parar. ¿Cuándo, entonces, cesa el saqueo? Cesa cuando sea más doloroso y más peligroso que el trabajo. Es evidente, entonces, que el propósito adecuado de la ley es usar el poder de su fuerza colectiva para detener ésta tendencia fatal a saquear en vez de trabajar. Todas las medidas de la ley deben proteger la propiedad y castigar el saqueo. Pero, generalmente, la ley la hace un hombre o una clase de hombres. Y como la ley no puede operar sin la aprobación y el apoyo de una fuerza dominante, hay que entregar esta fuerza a los que hacen las leyes. Este hecho, combinado con la tendencia fatal que existe en el corazón del hombre a satisfacer sus deseos con el menor esfuerzo posible, explica por qué se ha pervertido universalmente la ley. Entonces, es fácil entender cómo la ley, en vez de restringir la injusticia, se convierte en el arma invencible de la injusticia. Es fácil entender por qué el legislador usa la ley en variados grados para destruir entre las demás personas, su independencia individual con la esclavitud, su libertad con la opresión, y su propiedad con el saqueo. Esto se hace para el beneficio de la persona que hace la ley, y en proporción al poder que él tenga.
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Lillian Martinez, Anfitriona
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