Ahora déjennos examinar a Rousseau sobre este tema. Este
escritor sobre asuntos públicos es la autoridad suprema de los
demócratas. Y aunque él basa la estructura social en la
VOLUNTAD DEL PUEBLO, él ha aceptado completamente la teoría de la inercia total de la
humanidad en presencia de los legisladores hasta un cierto punto mayor que nadie
más:
¿Y qué parte juegan las personas en todo ésto? Ellas son meramente la máquina que se pone en movimiento. De hecho, ¿No se consideran ellas la materia prima que compone la máquina?
Así que la misma relación existe entre el legislador y el
príncipe como existe entre el experto agrícola y el campesino; y
la relación entre el príncipe y sus sujetos es la misma que la
relación entre el campesino y su tierra. ¿Cuán alto sobre la
humanidad, entonces, se ha puesto a este escritor de asuntos
públicos? Rousseau dirige a los mismos legisladores, y les
enseña su oficio en éstos términos urgentes:
Si la tierra es pobre o árida, o el país demasiado pequeño para sus habitantes, entonces acuda a la industria y las artes, y trueque estos productos por la comida que usted necesite...En una tierra fértil--si usted no tiene suficientes habitantes--devote toda su atención a la agricultura, porque ésto multiplica la gente; DESECHE las artes, porque sólo sirven para despoblar la nación...." Si usted tiene costas extensivas y accesibles, entonces cubra el mar con marina mercante; usted tendrá una existencia brillante pero corta. Si sus mares baten sobre peñascos inaccesibles, deje que la gente Sea Bárbara y coma pescado; vivirán con más tranquilidad--quizá mejor--y, por cierto, vivirán más felizmente. En suma, y además de las máximas generales en todo el mundo, cada pueblo tiene sus propias circunstancias particulares. Y este hecho en sí mismo causa legislación apropiada a las circunstancias. Esta es la razón por la cual los hebreos antigüamente--y, más recientemente, los árabes--tenían la religión como su principal objetivo. El objetivo de los atenienses era la literatura; el de Cártaga y Tyre, el comercio; el de Rhodes, los asuntos marítimos; el de Esparta, la guerra; y el de Roma, la virtud. El autor del ESPíRITU DE LA LEY ha demostrado con qué arte el legislador debe dirigir sus institutiones hacia cada uno de estos objetivos....¿Pero suponga que el legislador confunda su objetivo correcto, y actúe bajo un principio diferente que el indicado por la naturaleza de las cosas? ¿Suponga que el principio seleccionado algunas veces cree esclavitud, y otras veces libertad; algunas veces riqueza, y otras veces población; algunas veces paz, y otras veces conquistas? Esta confusión de objetivo lentamente debilitará la ley y perjudicará la constitución. El estado será sometido a agitación incesante hasta que se destruya o cambie, y la naturaleza invencible impere otra vez." Pero si la naturaleza es suficientemente invencible para volver a ganar su imperio, ¿por qué Rousseau no admite que no necesitaba al legislador para ganarla en primer lugar? Por qué él no ve que los hombres, al obedecer sus propios instintos, pueden dirigirse a la agricultura en tierras fértiles y al comercio en una costa extensiva y fácilmente accesible, sin la interferencia de un Lycurgus o un Solón o un Rousseau que pudieran fácilmente estar equivocados.
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Lillian Martinez, Anfitriona
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