No se puede refutar que estas teorías clásicas [promovidas por estos maestros, escritores, legisladores, economistas, y filósofos posteriores] sostenían que todo le venía a la gente de una fuente fuera de sí mismos. Como otro ejemplo, considere a Fenelon [arzobispo, autor, e instructor del Duque de Burgundy]. El era testigo del poder de Luis XIV. Esto, además del hecho que él era educado en los estudios clásicos y la admiración de la antigüedad, naturalmente causó que Fenelon aceptara la idea que la humanidad debe ser pasiva; que las desdichas y la prosperidad--los vicios y las virtudes--de la gente sean causados por las influencias externas que la ley y los legisladores ejercen sobre ellos. Entonces, en su UTOPIA DE SALENTUM, él pone a los hombres--con todos sus intereses, facultades, deseos, y posesiones--bajo el absoluto juicio del legislador. Cualquiera que sea el asunto, las personas no lo deciden por sí mismas; el príncipe lo decide por ellos. Se describe al príncipe como el alma de esta masa amorfa de gente que forman la nación. En el príncipe reside el pensamiento, la previsión, todo el progreso, y el principio de toda organización. Entonces toda la responsabilidad yace en él. El libro décimo entero del telemachus de Fenelon comprueba ésto. Refiero al lector a él, y me contento con citar al azar de esta obra célebre a la cual, en todo otro respecto, yo soy el primero que le rinde homenaje.
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Lillian Martinez, Anfitriona
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