Es evidente que la misión que la ley y la defensa legal ejecutan es inofensiva; su utilidad es obvia; y no se puede refutar que es legítima. Como me dijo una amigo mío una vez, este concepto negativo de la ley es tan verdadero que el dicho el propósito de la ley es causar que reine la justica, no es un dicho rigurosamente exacto. Se debía decir que el propósito de la ley es prevenir que reine la injusticia. En realidad, es la injusticia, en vez de la justicia, la que tiene su propia existencia. La justicia se consigue sólo cuando la injusticia está ausente. Pero cuando la ley, por medio de la fuerza, su agente necesario, impone sobre los hombres una regulación de la mano de obra, un método o una asignatura de educación, una fé religiosa o una creencia--entonces la ley ya no es negativa; actúa positivamente sobre la gente. Sustituye la voluntad del legislador por sus propias voluntades; la iniciativa del legislador por sus propias iniciativas. Cuando ésto sucede, la gente ya no necesita ventilar, comparar, planear adelante; la ley hace todo ésto por ellos. La inteligencia de la gente se convierte en un sostén inútil; cesan de ser hombres; pierden su personalidad, su libertad, su propiedad. Imagínese una regulación de mano de obra impuesta a la fuerza que no sea una violación de la libertad; una transferencia de riqueza impuesta a la fuerza que no sea una violación de la propiedad. Si usted no puede reconciliar estas contradicciones, entonces usted tiene que concluir que la ley no puede organizar la mano de obra y la industria sin organizar la injusticia.
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Lillian Martinez, Anfitriona
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