Se tiene que decir ésto: Hay muchos hombres "grandes" en el mundo--los legisladores, los organizadores, los bienhechores, los líderes de las gentes, los padres de las naciones, etc., etc. Demasiadas personas se ponen sobre la humanidad; hacen una carrera de organizarlas, patronizarlas, y dominarlas. Ahora alguien va a decir: "Usted mismo está haciendo eso." Cierto, pero tiene que admitir que yo actúo en un sentido completamente diferente; si yo me he unido a la posición de los reformadores, es solamente para persuadirlos a que dejen en paz a la gente. Yo no considero a la gente como Vancauson consideraba a su autómata. Más bien, tal como el fisiólogo acepta el cuerpo humano tal como es, así yo acepto a la gente como son. Yo deseo sólo estudiar y admirar. Mi actitud hacia todas las otras personas está bién ilustrada en este cue nto de un viajero famoso: El llegó un día al medio de una tribu de salvajes, donde un niño acababa de nacer. Un gentío de adivinos, magos, y medicuchos--armados con anillos, ganchos y cuerdas--lo rodeaban. Uno dijo: "Este niño nunca olerá el perfume de una pipa de paz a menos que yo le estire su nariz." Otro dijo: "El nunca podrá oir a menos que yo estire sus orejas hasta sus hombros." El tercero dijo: "El nunca verá el sol a menos que yo sesgue sus ojos." Otro dijo: "El nunca se podrá parar derecho a menos que yo doble sus piernas." El quinto dijo: "El nunca aprenderá a pensar a menos que yo aplane su cráneo." "Alto," gritó el viajero. "Lo que Dios hace está bien hecho. No pretendan saber más que El. Dios le ha dado órganos a esta criatura frágil; déjenlo desarrollarse y aumentar su fuerza con ejercicio, uso, experiencia, y libertad."
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Lillian Martinez, Anfitriona
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