Mientras prevalezcan estas ideas, está claro que la responsabilidad del gobierno es enorme. La buena fortuna y la mala fortuna, la riqueza y la destitución, la igualdad y la desigualdad, la virtud y el vicio--todos entonces dependen de la administración política. Se le carga con todo, lo emprende todo, lo hace todo; entonces es responsable por todo. Si tenemos suerte, entonces el gobierno tiene derecho a nuestra gratitud; pero si somos desafortunados, entonces el gobierno es culpable. ¿Pues nuestras personas y propiedades no están ahora a la disposición del gobierno? ¿La ley no es omnipotente? Al crear un monopolio de educación, el gobierno tiene que responder a las esperanzas de los padres de familia que han sido privados de su libertad; y si estas esperanzas se quiebran, ¿de quién es la culpa? Al regular la industria, el gobierno ha hecho un convenio para que prospere; si nó, es absurdo privar a la industria de su libertad. Y si la industria ahora sufre, ¿de quién es la culpa? Al entrometerse con el balance del comercio manipulando las tarifas, el gobierno así hace convenio para que prospere el comercio; y si ésto trae la destrucción en vez de la prosperidad, ¿de quién es la culpa? Al dar protección a las industrias marítimas a cambio de su libertad, el gobierno se compromete a hacerlas lucrativas; y si se convierten en una carga para los contribuyentes, ¿de quién es la culpa? Entonces el gobierno es responsable voluntariamente por todas las quejas de la nación. ¿Es sorprendente, entonces, que cada fracaso aumente la amenaza de otra revolución en Francia? ¿Y qué remedio se propone para ésto? Extender indefinidamente el dominio de la ley; esto es, la responsabilidad del gobierno. Pero el gobierno trata de controlar y aumentar los salarios, y no lo puede hacer; si el gobierno trata de cuidar a todos los que tienen necesidad, y no lo puede hacer; si el gobierno trata de mantener a todos los trabajadores desempleados, y no lo puede hacer; si el gobierno trata de prestar dinero sin interés a todos los que piden prestado, y no lo puede hacer; si, en estas palabras que lamentamos decir que escaparon de la pluma del Sr. de Lamartine, "El estado considera que su propósito es iluminar, desarrollar, aumentar, reforzar, espiritualizar, y santificar el alma de la gente"--y si el gobierno no puede hacer todas estas cosas, ¿entonces qué? ¿No es seguro que después de cada fallo del gobierno--los cuales, ¡ay! son muy probables--habrá una revolución igualmente inevitable?
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Lillian Martinez, Anfitriona
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