Si usted sugiere una duda sobre la moralidad de estas instituciones, se le dice atrevidamente que "Usted es un innovador peligroso, un idealista, un especulativo, un subversivo; usted destrozaría el fundamento que mantiene a la sociedad." Si usted sermonea sobre la moralidad o sobre la ciencia política, habrán organizaciones oficiales que hagan petición al gobierno con ésta manera de pensar: "Que ya no se enseñe más la ciencia exclusivamente desde el punto de vista del comercio libre (de libertad, de propiedad, y de justicia) como se ha enseñado hasta ahora; sino también, en el futuro, la ciencia se enseñará especialmente desde el punto de vista de los hechos y las leyes que regulan la industria francesa (los hechos y las leyes que son contrarias a la libertad, la propiedad, y la justicia). Que, en los puestos de maestros fundados por el gobierno, el profesor se abstenga rigurosamente de poner en peligro aún en el más mínimo grado el respeto que se debe a las leyes que están en efecto actualmente." Entonces, si existe una ley que autoriza la esclavitud o el monopolio, la opresión o el robo, de cualquier manera, no se debe ni mencionar. Porque ¿cómo se va a mencionar sin causar daño al respeto que inspira la ley? Aún más, la moralidad y la economía política se deben enseñar desde el punto de vista de esta ley; desde la suposición que debe ser una ley justa sólo porque es una ley. Otro efecto de esta trágica perversión de la ley es que da una importancia exagerada a las pasiones y los conflictos políticos, y a la política en general. Yo pudiera probar esta afirmación de mil maneras. Pero, como ilustración, me limitaré a un tema que últimamente ha ocupado las mentes de todo el mundo: el voto universal.
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Lillian Martinez, Anfitriona
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