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PEQUEÑOS DETALLES EN LA VIDA DE UN GRAN HOMBRE

Por el Rev. Martín N. Añorga

George Washington es la persona que más honores haya recibido a lo largo de la historia americana. De acuerdo con el antiguo calendario en vigor en los días de su advenimiento, su fecha de nacimiento se fijó en el 22 de febrero del año 1732, veinte años antes de que el calendario gregoriano fuera adoptado por las colonias británicas. Doscientos setenta y cuatro años han transcurrido y el gran héroe de nuestra historia sigue ocupando el preponderante sitial que sus grandes logros le han conquistado.

De Washington se han escrito numerosas biografías, algunas de las cuales son pródigas en datos y detalles que al combinarse hacen de su vida probablemente la más conocida por el pueblo americano. Tan temprano como en el 1775 el pueblo de "Forks of Tar River", en Carolina del Norte, adoptó su nombre en reconocimiento de su labor como Comandante del Ejército Continental . Tenía a la sazón 43 años de edad y a partir de entonces se instaló la costumbre de que cada año se llevaran a cabo nacionalmente celebraciones y festividades relacionadas con su cumpleaños, mucho antes de su muerte. En el periódico "The Virginian Gazette", de Richmond, en 1782, hallamos publicada esta breve reseña: "El pasado jueves fue celebrado unánimemente, con el más extraordinario gozo, el cumpleaños de Su Excelencia, General George Washington, nuestro ilustre Comandante en Jefe". En 1783, en una Cena en su Honor dedicada a celebrar su cumpleaños en la ciudad de Nueva York, se cantaron estos versos que en la época se popularizaron:

"Llenemos hasta el borde la copa y por la salud de Washington brindemos: ¡éste es su cumpleaños!. ... Gloriosas cosas ha hecho; por él nuestra causa es victoriosa. ¡Larga vida a nuestro gran Washington! ..."

Washington murió el 14 de diciembre de 1799, un par de años después de haber cumplido con su segundo período presidencial. Siendo, como era, el artífice de la Independencia de su país y gozando de gran autoridad y de la aclamación de su pueblo, desechó toda posibilidad de aferrarse al poder, entregando civilmente la primera magistratura de la nación a John Adams.

Nuestro primer presidente nació en el histórico estado de Virginia, en el seno de una acaudalada familia y fue educado en la tradición episcopal. Su afición por la carrera militar y su interés libertario fueron, sin embargo, factores que le impidieron el desarrollo de una educación formal y una vida religiosa militante y puntual. Thomas Cummings Hall, en su obra "The Religious Background of American Culture" dice que "Washington participaba de sus actividades religiosas sin una afiliación formal ...los registros eclesíásticos apuntan al hecho de que Washington no participó del Sacramento de la Comunión desde los inicios de la Revolución Americana". Pero eso no significó que el más grande héroe de nuestra historia careciera de una fe cristiana profunda y fructífera.

Los historiadores mencionan frecuentemente la forma devota en que Washington recitó el juramento en la ceremonia de su instalación como el primer presidente de los Estados Unidos, llevada a cabo en la ciudad de Nueva York el 30 de abril de 1789, muy cerca del sitio en el que hoy se levanta una bella estatua en su honor. Habiendo repetido las palabras de aceptación, Washington exclamó: "¡Así me ayude Dios!", y de inmediato se inclinó para besar La Biblia que descansaba en las manos del secretario del Senado.

Uno de los más sensibles testimonios sobre Washington lo hallamos en una carta que su amigo de más de 30 años, Thomas Jefferson, escribiera desde Monticello a Walter Jones, un médico virginiano, miembro del Congreso. Jefferson, quien llegó a ser el tercer presidente de los Estados Unidos, conocía muy bien a Washington, pues sirvió junto a él en la Legislatura de Virginia y posteriormente en el Congreso, habiendo sido, además su Secretario de Estado por cuatro años Escribe así: "Nuestra relación fue cotidiana, confidencial y cordial ... pienso que he conocido al General Washington íntimamente ... era incapaz de sentir miedo y se enfrentaba a los peligros personales con la más firme calma. Quizás la más fuerte cualidad de su carácter era la prudencia; nunca actuaba hasta que considerara todos los aspectos de cada circunstancia y meditara en todas las alternativas, deteniéndose ante las dudas; pero una vez que arribara a una decisión se aferraba a su propósito, cualesquiera que fueran los obstáculos que tuviera que enfrentar. Su integridad era de la mayor pureza, su sentido de la justicia el más inflexible. Nunca le supe ninguna preferencia por motivos de parentesco, mucho menos por conveniencia personal. Jamás actuó, ni por odio ni por venganza ... él fue, en el sentido más exacto de las palabras un hombre sabio y bueno. De veras que fue un gran hombre".

De Washington circulan innumerables anécdotas que reflejan, en pequeños detalles, la grandeza de su vida. Comparto con los amigos lectores, tres de mis preferidas.

"A principios de la guerra libertadora, Washington comisionó a uno de sus oficiales para que requisara caballos entre los dueños de fincas, ya que los necesitaba para las milicias. Llegando a una vieja mansión campestre, el oficial dijo a una venerable anciana que en nombre del gobierno le exponía que necesitaba algunos caballos de su finca, requeridos para llevar adelante las acciones militares.

"¿Quién dice usted que le ha dado esa orden?", preguntó la dama, a lo que el oficial respondió, "el general George Washington". -- "Ah, sí, pues dígale que su madre no se los da a menos que venga a buscarlos él".

"Durante la Convención Constituyente, un delegado propuso que el tamaño del Ejército fuera restringido, en cualquier circunstancia, a cinco mil hombres. Washington, que por su condición de Moderador no podía argumentar sobre ninguna propuesta, se dirigió discretamente a un delegado que le quedaba cerca y le sugirió que solicitara una enmienda a la propuesta bajo consideración: "se prohíbe a cualquier nación extranjera que invada a los Estados Unidos con una fuerza militar de más de tres mil hombres".

"En cierta ocasión Washington participaba de una cena especial, sentado de espaldas a una hoguera. Cuando se sintió incómodo por el calor se movió a un sitio más apropiado. Alguien del grupo de invitados, de forma jocosa le comentó que el calor no debiera haberlo molestado, ya que era deber de un militar de su rango resistir el fuego. "Quizás, pero lo que nunca sería correcto es tener que soportar el fuego de espaldas", replicó el glorioso General.

Estamos celebrando de nuevo el cumpleaños del primer presidente de los Estados Unidos y con extrema satisfacción pronunciamos las legendarias palabras que se atribuyen al orador Henry Rea: ¡Washington, primero en la guerra, primero en la paz, primero en el corazón de su pueblo!.





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