La jovencita daba saltos al tiempo en que gritaba alegres consignas relacionadas con la anunciada gravedad del tirano Castro. La reportera de televisión le preguntó de qué parte de Cuba era. "¡Yo nací aquí!" ,contestó con voz entrecortada, y añadió, "pero soy cubana por mis padres, y a mucho orgullo".
No es una excepción el hecho de que muchos niños y jóvenes que han nacido en Estados Unidos, sin que dejen de amar esta tierra que les ha servido de cuna, proclamen que son cubanos. No hace mucho, en una tienda, me saludaban unos jóvenes que fueron mis alumnos en "La Progresiva". Entre ellos había una preciosa niña de unos siete u ocho años de edad que me dijo con una simpatiquísima inocencia, que era cubana. Cuando le pregunté de dónde, respondió: "¡Yo soy cubana de Hialeah!".
Nuestros niños y nuestros jóvenes pasan por un proceso de descubrimiento de su identidad. Lo primero es saber que son norteamericanos, actuando como tales; pero a medida que crecen se van identificando con la cultura y los valores de los adultos que más significado tienen para con sus vidas. Los he visto con un perro caliente en la mano oyendo a Celia Cruz. Los he encontrado con una hamburguesa y una montaña de papas fritas hablando un español fluido y tarareando viejas melodías que se les han pegado de tanto escucharlas en casa.
No sabemos cuántas generaciones deben transcurrir para que empiecen a diluirse las raíces patrióticas y culturales del individuo. Yo conozco a familias ya con descendencia de tercera generación en las que permanecen el recuerdo y el amor a Cuba. Un querido amigo, en su hogar, le pidió a su biznieto de ocho años que me cantara el Himno Nacional cubano. Cuando le pregunté al niño de dónde era la melodía que acababa de entonar, me respondió en un español sin acentos que era de Cuba y que su abuela Nina se lo había enseñado. Es evidente que la duración generacional de los valores depende mucho del hogar y de la familia.
Una de las lógicas preocupaciones de los exiliados de mi edad es la de la juventud en el futuro cubano. Es cierto que nuestras organizaciones, que son numerosas, carecen en su mayoría de la presencia y el apoyo de los jóvenes; pero lo curioso es que estos aparecen en la hora y el lugar en que se demanda la presencia de los que proclaman amor por Cuba y su libertad. Sucedió en los días en que peleábamos por el derecho de mantener al niño Elián entre nosotros. Eran miles los jóvenes que hacían guardia frente al modesto hogar donde el niño disfrutaba del generoso cariño de sus familiares de Miami. El día lamentable en que se produjo el secuestro de Elián fueron los jóvenes los más militantes en la protesta y los más valientes en la exposición de nuestra verdad.
Se celebraron vibrantes manifestaciones de reclamo a las autoridades para que accedieran a que Elián González se quedara entre nosotros. En esas manifestaciones los jóvenes nos inspiraban con su patriótica presencia. El hecho es que sabemos que están ahí, disponibles, listos para la hora en que se les llame, lo que nos asegura que cuando se abran en Cuba las puertas de la libertad, allí estarán para servir a la patria que han recibido como legado de sus mayores.
La pasada semana, ante el anuncio oficial de la televisión comunista de Cuba, de que Castro había entregado los controles del poder a su subordinado hermano, explotó de alegría el exilio. No porque aprobáramos a Raúl Castro, que al igual que su hermano es un tipo repulsivo, sino porque sabemos que él es vulnerable y carente de recursos para mantener el control omnímodo en un país hastiado de opresión y vejámenes. Pues bien, fueron los jóvenes los que inundaron nuestras calles, los que exhibieron la espléndida alegría de que en Cuba haya, al fin, señales del fin. Las autoridades del Condado reclamaron cautela, respeto a las leyes, control de las emociones; pero lo maravilloso es que no se produjeron desórdenes y se condujo el alborozo en términos de respeto ejemplar. Hay que felicitar a la juventud cubana, la que ha sabido honrar el sueño y la esperanza de sus padres, abuelos y bisabuelos. Quizás Cuba les venga de lejos; pero se les ha quedado muy cerca del corazón.
De los sucesos de la semana pasada hemos derivado la valiosa lección de que no podemos ignorar el potencial de nuestra juventud, ni debemos aislarnos de ella por contenciosas circunstancias. Es más, creo que las más importantes organizaciones patrióticas del destierro debieran estar considerando la posibilidad de la creación de secciones juveniles. Probablemente a los jóvenes no les guste ni les interese la temática de muchas de nuestras reuniones, viciadas de discursos estereotipados y de acuerdos irrealizables. Los jóvenes tienen su manera de ser y su forma de pensar y debemos abrirles el espacio para que se desarrollen y se integren, llegada la hora, a la causa común de luchar por una Cuba redimida y eternamente feliz. Siempre me ha fascinado el pensamiento de John Milton: "La juventud anuncia al hombre, como la mañana anuncia al día".
Tenemos que proyectar ante nuestros jóvenes una imagen de vencedores. "A la juventud no le gustan los vencidos", dijo Simone de Beauvoir, y tiene razón. Un exilio defraudado, apático, rencoroso y frío carece de mensaje para las generaciones que nos miran con preguntas que les afloran en los ojos. No hace mucho, un joven con el que hablé en el vestíbulo de una iglesia, me preguntó si yo no me sentía desencantado después de más de cuarenta años sin resultados como frutos de mis inquietudes. Mi respuesta lo hizo pensar: "No creas que no hay resultados en nuestra labor de 47 años en contra de Castro. Una prueba de eso es tu propia inquietud. Si no fuera por nosotros de seguro que ya Cuba se te hubiera ido de la atención".
Es cierto que no hemos alcanzado la meta de la libertad; pero cierto es también que no cejamos en el esfuerzo y que jamás hemos aceptado un veredicto de derrota. Nuestro mensaje y nuestra conducta tienen que anexarse. No podemos hablar de victoria con cara de cansados, ni de futuro con las manos fuera del arado. Creo que nuestra responsabilidad es la de alentar, orientar y equipar a nuestros jóvenes y eso tenemos que hacerlo desde una perspectiva de triunfadores.
Castro está a punto de inhabilitarse o morirse, lo que anima a nuestros jóvenes al festejo y la algarabía. Para nosotros es el momento de captar a esa preciosa juventud y enseñarles el camino y los retos del futuro. Captarlos para la lucha y la militancia debe ser nuestra conquistadora aspiración. Recordemos a Víctor Hugo: "cuando uno es joven tiene mañanas triunfantes".