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¡HASTA MAÑANA CUBA!

Este es el sentimiento de muchos en el exilio cubanos. No dejes de leerlo.

Los Tiempos Cambian
Por el Rev. Martín N. Añorga

Ya olvidé a quien le dejé mis libros para que me los guardara. La persona a la que le confiamos algunos preciados recuerdos de la familia, murió hace años; la casa donde pensábamos pasar nuestra vejez hace cuarenta y cinco años está habitada por una familia que ya ha echado raíces allí.

La mayoría de mis amigos han muerto o se han ido a otros sitios y sé que nunca volveremos a encontrarnos. Mis padres, gracias a Dios, llegaron a nosotros y hoy día descansan en un cementerio local, después de haber disfrutado de un ramillete de años de felicidad y paz. Mis hermanos y sus hijos y nietos viven tan cerca que nuestra comunicación con ellos es constante. En Cuba, sin embargo, nos quedan dos hermanos, achacosos y distantes, cada uno con descendencia que no hemos conocido.

¡Han pasado cuarenta y cinco años y los tiempos han cambiado! Pero permanecen la infame dictadura de Fidel Castro y su pandilla de facinerosos hincando sus botas manchadas de sangre el adolorido corazón de mi patria, la que a estas alturas de mi vida la miro con la resignación del viajero que no tiene boleto de regreso.

Los tiempos cambian; pero el recuerdo de las cosas que han pasado es inmutable. Hoy peinamos canas, nos molestan las dolencias, nuestros hijos han alcanzado la meta de la adultez y nuestros nietos adolescentes se desplazan en una sociedad y en una cultura que me los hace diferentes. En efecto, han cambiado los panoramas; pero me queda invulnerable e intocable el espacioso ámbito de los recuerdos.

Yo llegué al exilio joven, lleno de ilusiones y compromisos. Desde nuestros primeros días nos afiliamos a los que luchan por la reconquista de la libertad. Larga sería la lista de nombres si mencionara a todos los compatriotas que han quedado en el camino, atribulados por el dolor de no haber logrado la meta de una Cuba redimida. Es inspirador el hecho, no obstante, de que todavía quedemos muchos que no hemos abandonado el compromiso; aunque hayan surgido nuevas generaciones que optan por métodos y metas que no nos son afines.

Lo que es decepcionante es que al final de nuestras carreras, el tirano Castro haya engarzado en su órbita de odio y violencia a varios gobernantes de América que enarbolan sus arcaicas tácticas de populismo anti norteamericano al tiempo que implantan en sus pueblos regímenes basados en el despojo, la opresión y el crimen.

Chávez "odia" a los Estados Unidos. Evo Morales se ha sumado al club perverso de los anti demócratas y ha creado una "república indígena" que maneja a base de extorsión y demagogia. Pudiera hablar de Argentina y de Brasil, de los riesgos que enfrentamos en Perú y Nicaragua y de la actitud extendida por el continente de hostilidad y desprecio para los cubanos exiliados que constituyen la única ofensiva que se mantiene en contra de Castro y sus neo seguidores.

Es cierto, los tiempos han cambiado, y para mal. En Miami hablamos de transiciones, cambios y revueltas y muchos se han convertido en videntes que anticipan el proceso libertario de la patria. Quizás lo único que nos va quedando, son precisamente estas dos grandes virtudes que son el entusiasmo y la esperanza. Para nosotros, ya que el horizonte se nos hace estrecho, lo que cada día va importando más es la decorosa vigencia del pasado.

Un problema, más de índole psicológica que social, es el que muchos exiliados afrontamos cuando creemos que en el futuro puede insertarse la Cuba del pasado. Es cierto que hay valores imperecederos y normas permanentes que es de sabios usar; cierto es que de los errores y de las tragedias podemos derivar enseñanzas que nos impidan el próximo abismo; pero una cosa es todo esto, y otra muy distinta es que podamos injertar el pasado en las convulsas entrañas del presente.

Cuba no vuelve a ser lo que fue. Y no que le toque esa suerte por excepción, sino que esa es la ley universal del desarrollo humano. Me duele confesarlo; pero a riesgo de ser mal entendido, para mí, hoy día, Cuba es la que dejé no la que nos han deformado. Lo comprobé hace poco, cuando la serie internacional de béisbol de la que participó un equipo de la más grande isla de Las Antillas. ¿Quién iba a decirme a mí que iba a desear desaforadamente que un equipo con el nombre de mi patria, perdiera todos sus partidos? ¿Es que he dejado de ser cubano? Pues sí, soy cubano de una patria que no existe, y extranjero de la que hoy padece bajo el poder destructivo del comunismo. Y no crean que estoy solo. Cansado estoy de oír a compatriotas que explican a otros su identidad: "Yo soy cubano; pero de los de antes, no de los de ahora".

Ser "cubano de los de antes" es una deificación del pasado y una abdicación justificada de los horrores del presente. Lo que queremos decir es que somos dueños de una patria que mantenemos intacta en el corazón, no siervos de una que nos han inventado a fuerza de paredones y atropellos.

Los tiempos habrán cambiado y hasta nosotros hemos cambiado, víctimas de los tiempos; pero lo que no ha cambiado es la Cuba en la que mecimos nuestra niñez y disfrutamos nuestra juventud. A esa le hemos fabricado un santuario en el corazón y cada día la adoramos con el fervor de un devoto creyente.

He visto a ancianos desvanecerse poco a poco en los rincones de un que otro asilo. Son cubanos y cubanas que dejaron pedazos de su alma en Cuba y hoy viven anegados en la tristeza de la soledad y el abandono.

Me compadezco de los que ya no tienen ni siquiera acceso a sus recuerdos; pero me engalano de orgullo cuando oigo a la ancianita de 90 años cantar una estrofa del himno o a un encorvado viejecito de casi un siglo de existencia, hablar de sus indestructibles vivencias de antaño, en una Cuba en la que quizá fue pobre, pero ricamente libre.

Para mí, mi Cuba es la de mis recuerdos. ¡Qué bella la noche que me arropa de quietud y que me sirve de escenario para que goce de mis benditos recuerdos de la gloriosa Cuba de ayer!

Anoche, entre despierto y dormido sentí sobre mi frente un beso de mi madre y recorrí en veloz vuelo los sitios que una vez me fueron propicios. En el Monumento al Apóstol volví a depositar una flor blanca, de la playa de Varadero me salpiqué de espumas. Volví a ser niño, volví a ser hombre.

Cerré lentamente el imaginario álbum de mis recuerdos, y como si se tratara de una oración, me dije a mí mismo: "¡Hasta mañana, Cuba!

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